La gran diferencia entre centros de documentación (incluyo indistintamente bibliotecas aunque existan diferencias obvias) y archivos es el cómo y el por qué se gestionan unos tipos de documentos, y los criterios por los que se seleccionan para ser almacenados, tratados o retirados/eliminados.
Por un lado, los centros de documentación y las bibliotecas se centran en el criterio de relevancia: estos centros buscan satisfacer las necesidades de información que se presentan a sus usuarios, y por ello buscan documentos que cumplan esa función, con idependencia de la fuente (aunque se tiene en cuenta la fiabilidad).
Los archivos en cambio tienen objetivos esencialmente operativos. En la visión tradicional de los archivos, lo que se mantiene son aquellos documentos que han sido generados por la propia institución o por otras instituciones, fruto de la actividad de la primera. Es decir, los documentos del día a día.
Aunque poner en un par de frases estas ideas es mucho resumir, vale la pena incidir en esta diferencia: en el primer caso, lo importante es la relación entre la curiosidad-documento, mientras que en la segunda está la relación actividad-documento.
Ejemplos claros de documenos de uso personal que pueden entrar en cada tipo son:
El entorno electrónico presenta gran cantidad de casos ambiguos o que al menos nos plantean dudas razonables. Por ejemplo:
Para cada caso que se plantea, lo mejor es definir el objetivo por el que guardas el documento (como documento con contenido de interés, o como documento de archivo) y luego ya podrás concretar qué haces con él.
Con lo dicho hasta ahora, lo que está claro es que mi tarea de selección de documentos ha ido muy dirigida a algo necesario en esta era digital: descartar lo inútil.
¿Que tal si te tomas una pausa y echa un vistazo a la lista de tus correos electrónicos, documentos y demás... ¿A que quizá sobra algo?
Lo inútil llega a serlo por muchas razones, gran parte de las cuales están en tus manos definir. Lo inútil para mí es lo que no es relevante ni útil. Pero en general, lo inútil lo relaciono con aquello que no tiene ningún tipo de valor (no sólo económico).
Rehaciendo el dicho lo inútil no nace, se hace.
Es inútil todo aquello que ha superado su ciclo de vida a nuestro lado, y es importante que nos demos cuenta de cuándo sucede. Ese documento no siempre fue inútil, y puede que sea útil a terceros. Pero ha llegado el momento de moverlo a la lista de inútiles.
No hacerlo revierte en costes, que se convierten en pérdida de tiempo a nivel personal (con lo difícil que es a veces encontrar un rato para nosotros, y tener que pasarlo buscando entre documentos inútiles...) y de dinero a nivel profesional (se puede ver sumando el total de tiempo perdido, o viendo cómo se pierden clientes por no tener las cosas "a mano")
Lo inútil (que en algunos casos también podemos denominar obsoleto) se puede equiparar a dos términos según las dos divisiones anteriores: lo irrelevante y lo inactivo. Lo irrelevante es todo aquel documento (sobre el cual aplicaríamos criterios de gestión documental) cuyo contenido no puede resolvernos dudas. Lo inactivo es todo aquel documento (sobre el cual aplicaríamos criterios archivísticos) cuyo contenido ha dejado de tener valor operativo.
Como anécdota, es posible que un documento que ha dejado de ser inactivo pueda ser relevante. por poner un caso: has redactado la documentación de un proyecto y te gusta cómo ha quedado. El proyecto acabó hace tiempo pero te gustó la estructura del documento y quieres reaprovecharlo: quizá sea relevante dejar el documento vacío del contenido original y mantener la estructura para posteriores tareas. Son casos aislados pero puede suceder.
Lo importante de estas dos visiones es que en mi caso ha valido mucho la pena diferenciar las dos tipologías documentales. Esto ha simplificado mucho la estructuración de los documentos en directorios, y además esta estructura ha sido más fácil de recordar y asimilar (con lo que luego es más fácil de utilizar para recuperar documentos).
Ahora que ya podemos ver la diferenciación entre los dos tipos principales de documentos, podemos entrar a valorar los criterios de selección y evaluación. En esencia son criterios simples que yo he utilizado. Presentan diferencias entre documentos generales y documentos de trabajo, ya que el factor de la relevancia aplicable en el primer caso tiene elementosmuy subjetivos, mientras que los criterios archivísticos de fuente del documento, cronología y tipología de documento es más sencillo de aplicar (incluso por terceros).
Lanzo aquí algunos factores clave que ya iré matizando en otros posts, si procede. Insisto en que son criterios propios y que, especialmente en los criterios de relevancia, vale la pena completar la lista indicada con criterios personales.
Desde luego puedo añadir más elementos a esta lista. Es probable que los vaya añadiendo a medida que avance en mi tarea de organización. Estaría bien saber si alguien que enlace esto tiene interés en poner su lista propia. En el fondo, la relevancia es una cuestión personal.
Continuaré en breve con esta serie, que tengo cosas en el tintero...
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