Quienes me conocen saben que no soy amante de los museos, quizá porque soy más de probar y trastear, y no siempre me atrae la idea de ver las cosas desde la distancia y la pura teoría. Eso es aplicable a museos que mantienen un sentido más clásico, o que muestran obras intocables por su valor o estado de conservación. Desde luego reconozco el valor de estos espacios para la preservación del patrimonio: sólo que me suceden pocas cosas interiormente cuando los visito, y por eso no me atraen.
Es por eso que cuando meses atrás tuve la oportunidad de visitar el Museu del Paper de Capellades, la primera reacción fue de cierto rechazo. "Te va a gustar", me dijo una persona que me conoce bien. Acertó.
No soy capaz de explicar todo lo que hay detrás del museo, pero hay algunos puntos que me gustaron:
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